Ayer se cumplió justo un año del que tal vez haya sido el concierto más especial entre los cerca de 2000 que he llevado a cabo a lo largo de mi vida: el de la despedida de Asfalto de los escenarios. 

Sin añoranza, sin melancolía, en ese rincón de la memoria donde albergo los recuerdos más esenciales, permanece en mí el sentimiento de haber cerrado con la mayor dignidad la trayectoria de un nombre que, para algunos, representa mucho; para mí, todo. Y es que lo que soy, como músico, también en parte como persona, se circunscribe al desarrollo de una profesión que elegí siendo bien joven, aun a riesgo de renunciar a otras muchas cosas que, por momentos, he echado  de menos. 

Entre esta foto tomada justo hace 55 años, la primera vez que pisaba un escenario, y la de arriba, ha pasado la mayor parte de mi vida. De común entre ellas, la imagen de un momento feliz. Si, al bajar de aquel sencillo escenario, el de una pequeña sala de la barriada de Usera, en Madrid, alguien me hubiera preguntado si más de medio siglo después me veía en situación parecida, creo que hubiera respondido que sí. Insolente y presuntuoso. También convencido. Y es que, tras aquella mi primera experiencia, tal vez fue que me veía haciendo eso mismo de por vida, es decir, alineando sobre un escenario mi yo real con mi yo deseado. Lo tenía claro pese a que no sospechara el modo y la forma en la que poder realizar ese viaje a un destino tan altamente incierto. Estaba dispuesto a hacerlo. 

Y sí, he realizado el trayecto que hay entre un anhelo y su materialización. No todo el mundo lo consigue, me siento afortunado. Lo he hecho a través de un camino a menudo tortuoso, hostil, pero tantas otras veces grato. Entre el punto de partida y la meta, he observado un paisaje que me ha hecho ser mejor persona, pienso. 

La noche del 13 de mayo del pasado año, consciente de que cerraba un ciclo, podría decir que visualizaba mi carrera como un trayecto coherente, honroso. No pude evitar que la emoción quebrara mi voz en muchos momentos pero, mentiría si dijera que ello pesase más en mi actitud que la voluntad de querer hacerlo lo mejor posible. Es esa parte de mí que se involucra en buscar la excelencia. No es de ahora, me ha pasado de siempre. Percibo el escenario como un encuentro con quien me quiere y al que no quiero defraudar. En esos momentos siento que me debo a las expectativas y quiero que todo sea como se espera.  

Entre los recuerdos de aquella noche contemplo los muchos abrazos que se repartían por los rincones de la zona de camerinos, entre unos y otros. Aquella estampa, para mí, tenía un significado especial: gracias Asfalto.   

1 comments:

  1. Anónimo15/5/24

    Fui sólo, desde Málaga. Una noche emocionante. Lágrimas vertidas de alegría, a la vez que con cierto grado de amargura, pues ya no podré volver a veros... GRACIAS.

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