Poco a poco, van cayendo pétalo a pétalo esos años de vino y rosas en los que nuestra adolescencia construyó las bases de lo que sería nuestra vida adulta. Es ley de vida y afecta a todos los ámbitos, pero es especialmente visible en el mundo del rock, ese que convertimos en parte de nuestra personalidad en los años gloriosos de nuestra juventud y, ahora que el Rock ha perdido su impulso juvenil y se ha convertido en música “de carrozas” (permitidme la expresión de tiempos añejos, ya en desuso), lleva tiempo dando sus últimos coletazos.



El Rock, al menos como lo entendemos buena parte de mi generación, es mucho más que un estilo de música. Es una forma de pensar e incluso de vivir. Sería exagerado decir que ha definido nuestra forma de ser, pero sin duda es responsable de buena parte de nuestra personalidad. Por este motivo, los grandes grupos que han llenado de música nuestra vida y con los que nos hemos sentido tan identificados durante décadas, pueden ser considerados como parte esencial de nosotros mismos, de nuestra propia identidad.

Por este motivo, cuando un grupo de esos que han marcado nuestra vida anuncia su desaparición, sentimos que algo nuestro se va con ellos. Sentí esto mismo hace algo más de tres años, cuando Barón Rojo anunció su ruptura definitiva. El hecho de que el cese de actividad de Barón Rojo haya quedado en agua de borrajas (su gira de despedida tiene visos de igualar la de Scorpions, que llevan años despidiéndose sin dejar de anunciar nuevas fechas), no mitiga el sentimiento de pérdida de una de nuestras referencias vitales.

Ahora le ha tocado el turno a Asfalto y esta vez sí parece que va en serio. En un emotivo acto en el que estuvimos presentes, se nos anunciaba el final de uno de los grupos históricos del Rock nacional, tras una trayectoria de 50 años. Y el sentimiento que sufrí con la despedida de Barón Rojo lo he sentido ahora, corregido y aumentado.



Miro atrás y me es difícil encontrar alguna época de mi vida que no tuviera a Asfalto como parte de su banda sonora. Me enganché al Rock en mi adolescencia, escuchando a Paco Pérez Bryan en aquel maravilloso programa de radio llamado “El Búho Musical”, en el que habitualmente sonaba “Rocinante” y “Días de Escuela”, con los que descubrí una música que me impactó y con los que aprendí que la letra de una canción podía quedarse grabada en el corazón. Poco después, ya en el Instituto, enmarcado en aquella tribu urbana que éramos “los heavies”, me empapé de todos los grupos que a mediados de los '80 nos hacían creer que nos íbamos a comer el mundo. Y allí estaba Barón Rojo pero también estaban unos Asfalto que, con Miguel Oñate, eran un huracán delicioso. Más tarde le cogí el gusto a estudiar a las bandas, sus discos y su trayectoria. Y me di cuenta que entre aquel “Días de Escuela” y la época de Oñate me había dejado en el camino un puñado de discos tan complejos como imprescindibles, llenos de canciones eternas. Pronto me hice con ellos y los incluí en mi memoria.

Años más tarde llegó The Sentinel. Una web modesta llevada por un grupo de amigos que, al año de su arranque, me pidieron unirme a ellos. Al poco tiempo se nos ocurrió hacer una entrevista a un peso pesado del Rock español, y ese fue Julio Castejón, quien había dejado en barbecho Asfalto durante un tiempo. Fuimos al pueblo donde vivía con la esperanza de que nos concediera 20 minutos y salimos con una charla de más de 3 horas que fue nuestra primera gran entrevista. A partir de ahí, me sentí muy cercano a su proyecto de la época, “Julio Castejón y los Trípodes”, con los que entablé una buena amistad.



Cuando sucedió lo que todos deseábamos, la puesta en marcha de nuevo de Asfalto, tuve un problema de salud mediano tirando a grave que casi me deja sin asistir al evento. Fui casi derecho del hospital al concierto, con mi familia escandalizada por el esfuerzo. Pero sentía que no podía faltar o me arrepentiría siempre.



A partir de entonces, mi vida en la música y en lo personal ha ido ligada, en mayor o menor medida, a la actividad de Asfalto. He asistido a innumerables conciertos, comentado sus discos y entrevistado a sus componentes en varias ocasiones. Hemos tenido cenas de amigos e incluso compartido alguna decepción atlética en el Metropolitano.

Era algo que se veía venir, pero el final de Asfalto ha llegado. La despedida final llegó en el concierto de despedida que tuvo lugar el pasado mes de mayo en Madrid. Y con él se fue una parte de mi vida, se cerró un capítulo vital que ha definido parte de lo que soy hoy en día.

Pero Asfalto nunca va a desaparecer. Puede cesar su actividad, pero su música me acompañará hasta el fin de nuestros días.

Es muy posible que las generaciones actuales no comprendan este sentimiento. Para la mayoría de los jóvenes, la música es un producto de consumo inmediato, una canción no les deja demasiado poso después de unos pocos meses de “novedad” y, simplemente, la juventud de hoy es diferente a la que yo viví. Con sus cosas buenas y sus cosas malas, ni mejor ni peor. Solo diferente.

Por todo lo anterior, yo siempre estaré agradecido a aquellos grupos que marcaron mi vida. A Asfalto y a Barón Rojo. A Topo, a Leño, a Ñu, a Obús y a tantos otros que, no lo dudéis, me acompañarán siempre y que me convencieron de enseñar a mi hijo a amar la libertad.

Santi Fernández “Shan Tee”

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